Cuentan que durante la guerra de los “cristeros”, cuando la Revolución Mexicana persiguió a muerte a la Iglesia, las misas se hacían clandestinamente, y los vecinos se pasaban la voz cada vez que llegaba un sacerdote vestido de paisano al pueblo. Un domingo por la mañana el viejo granero estaba totalmente lleno con la cantidad de fieles de los alrededores. Las 600 personas que estaban reunidas esperando el inicio de la celebración se sobrecogieron al ver dos hombres entrar vestidos con uniforme militar y armados. Uno de los hombres dijo: “ El que se atreva a recibir un tiro por Cristo, quédese donde está. Las puertas están abiertas para que se vayan los demás”. Inmediatamente el coro se levantó y se fue. Los diáconos también se fueron, y gran parte de la feligresía. De las 600 personas solo quedaron 20. El militar miró al sacerdote y le dijo: “ Ok padre, yo también soy cristiano y ya me deshice de los hipócritas. Continúe con su celebración”.
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